domingo, 26 de octubre de 2008

Caminando para siempre

No era sorpresa para la noche encontrarlo caminando desde ningún lado hacia ningún lado. El frío cernía el camino, ese camino que provoca algo más que entumecer los miembros y herir la piel. Una brisa crepuscular murmuró al roce con sus ropas, ese murmullo alcanzó a tocarle el corazón y en ese momento tuvo la certeza que estar recorriendo ese camino no era casualidad.
Levantó la vista y en el paisaje de fondo de un pueblo se recortaba la silueta de un antiguo aljibe ¿Cuánto tiempo había pasado ya desde la primea vez que lo había visto? ¿Doscientos, trescientos o cuatrocientos años? Y ahí continuaba de pie aquel nostálgico y majestuoso aljibe.
Entonces recordó, aunque no es recordar el término adecuado, pues nunca olvidó. La recordaba aún con la esperanza retratada en sus ojos, el color de la dulzura empolvando sus mejillas, su pequeña y graciosa nariz sobresaliendo en su rostro. Recordó su personalidad bipolar, tan caprichosa, tan esperanzada, tan ingenua, tan mala si se lo proponía, tan niña. Una sonrisa desobediente se escabulló a sus labios.
Se preguntó entonces porque seria su cuerpo como el aljibe, incorruptible al margen del paso del tiempo y volvió a preguntarse cuanto tiempo habría pasado ¿Hacia diez, veinte o treinta años que la había visto?
Su memoria era poco permeable, después de tantas historias y tantos años iba perdiendo su eficiencia. Olvidaba, con cada paso olvidaba algo más. Había, sin embargo, algo que jamás olvidaba y eran los caminos.
No del todo dispuesto a encontrarse con cualquier cosa, reanudó su marcha, ahora pausada y algo menos segura que antes. Caminaba recordándola, trazando su cara en su memoria, empapando su cabeza con los ecos de su voz.
Así continuo mientras una fuerza inevitable e inentendible lo empujaba hacia ella. Al adentrarse al pueblo el aire era más pesado y olía a tierra, calor y recuerdos, poca gente caminaba las calles. Su andar lo acercaba a la plaza, los bullicios del mercado ya se escuchaban serpentear el aire.
Encontró esa mirada que buscaba petrificada en la de una niña. Seguía tan preciosa, tan ingenua, tan graciosa. ¿Seria que tampoco estaba en el destino de ella la muerte? Entonces, desprevenidamente una mujer tomó la pequeña mano de la niña. Era ella, se había confundido. Su tez seguía blanca, el brillo de su calor seguía vivo en su cara, su cuello aún estaba erguido. Sin embargo, también había cambiado: su piel se había cortajeado, su mirada se había manchado de nostalgia, su cabello moreno había aprendido a bailar al compás de su dulzura, sus rulos enmarcaban su cara. ¿Seria verdad que aun lo esperaba?
Era inútil desear que se retrase lo inevitable. Su niña ya no era una niña, era una mujer y esa mujer ya no era una señorita. Vio el anillo que ataba su alma y cuerpo a otra alma, a otro cuerpo.
Entonces entendió que las promesas pueden romperse, que los besos no son contratos y que para otros el tiempo si se acorta…

Seudónimo: Domingo
Nivel:C
Catergoría: Tema libre.

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