domingo, 26 de octubre de 2008

La danza prohibida

Todo parecía transcurrir como siempre aquella tarde soleada de Julio, en High Green, un pequeño pueblo de Inglaterra. El cielo, por momentos de un azul encandilante, le otorgaba cierto brillo al césped en el que me encontraba desplomado, sin ningún pensamiento relevante en mi cabeza. La fantasía de que algo sorprendente ocurriese de pronto estaba tan lejana de mi mente, que cuando la veía acercarse a lo lejos la espantaba presuroso; no debía soñar con lo imposible, era algo que mi padre me había inculcado desde pequeño. Sin embargo, esa tarde sucedió algo por fin importante en mi vida, algo de lo que no lograría olvidarme jamás. Una camioneta desvencijada y con algunas manchas de óxido se frenó delante de mi lugar de descanso. Me senté para contemplar mejor la escena; de la camioneta descendieron 3 personas. Parecían amables, era una familia pequeña, solo los padres y una niña. Siempre admiré a esas familias ordenadas y planificadas; en la mía solo éramos mi hermano, mi padre y mi abuela. Mi hermano trabajaba junto a mi papá en las minas de carbón, por lo que no pasaban tiempo conmigo porque debían pasar la mayor parte del día allí. Mi abuela era muy anciana para preocuparse de mi crianza, además ya estaba sorda y no comprendía lo que realmente sucedía, igualmente era una muy buena mujer y siempre tenía algún comentario sabio que decir.
El hombre descargó varias maletas del interior del vehículo y observó detenidamente el lugar. Su mirada se posó en mí y me sonrió. Los tres pares de ojos apuntaron en mi dirección, lo cual me hizo sonrojar un poco. La mujer me hizo una seña para que me dirigiera a ellos; como respuesta, me levanté dando un pequeño salto y crucé la calle velozmente. A partir de entonces, no me separé de ellos. Todas las tardes las pasaba con ellos, ayudando y aprendiendo de su estilo de vida. La madre era profesora de ballet y el padre trabajaba en una fábrica de barcos. La pequeña Marie tan solo tenía un años menos que yo, juntos jugábamos a las escondidas y a otros juegos de niños. Yo le enseñaba algunas de mis técnicas de boxeo, que era la pasión de mi padre y me la había querido transmitir a mí aunque con muy poca suerte, y Marie me enseñaba alguno pasos de baile que su madre le había enseñado.
Nos divertíamos a rabiar, sobretodo cuando bailábamos. Era una superación día tras día ya que a veces su madre nos ayudaba a perfeccionar nuestra técnica, y era muy exigente porque le disgustaba que hiciéramos los pasos a destiempo. El ballet era algo asombroso para mí, tanto que me parecía aún más emocionante que el boxeo. Siempre a la noche escuchaba música y comenzaba a bailar solo en mi cuarto, para al día siguiente demostrarle a Marie mis nuevos progresos. Debía tener sumo cuidado en no despertar a mi padre, porque sabia que no le agradaría en lo absoluto la idea de verme bailando. No era un hombre de mente abierta, así que era bastante previsible cuales iban a ser sus pensamientos.
Un día como los demás, a Marie se le ocurrió la idea de dar un paseo por el lago, donde según ella podríamos bailar al aire libre y así inspirarnos con la naturaleza para crear alguna bonita coreografía que luego le mostraríamos a su madre. Así lo hicimos, los dos bailamos a la orilla de la laguna hasta que oscureció. No nos dimos cuenta de la hora hasta que un gritó rompió nuestra pequeña atmósfera ensoñadora. Era mi padre, furioso y con los ojos centelleantes de ira. Me levantó del pescuezo y comenzó a zamarrearme de un lado al otro, como si no sintiera el dolor y la humillación o quizás eso era lo que el quería transmitirme. Luego de proferirme una serie de gritos ininteligibles, me demostró toda su decepción con tan solo una mirada y me ordenó que lo siguiera. Miré a todos lados buscándola pero Marie ya no estaba, de seguro se había asustado ante la presencia sanguinaria de mi padre y había corrido a su casa. Pero no tenía tiempo de preocuparme por ella, la peor parte me tocaba a mí. Al llegar a mi hogar mi padre me prohibió volver a visitar a mis vecinos adorados y me puso en custodia de mi abuela, que a partir de entonces no se separaría de mí. Igual para mí fue un alivio, sabía que sería muy fácil deshacerme de ella con cualquier mentira. Así que me las ingenié para poder seguir yendo a lo de Marie a bailar ballet y practicar incansablemente el que, desde hacía poco tiempo había comenzado a ser mi pasión, mi único propósito en la vida. Esta vez mi padre no me descubriría. Y no lo hizo, pasó una semana, dos, tres. Cada día mejoraba más y más. La madre de Marie quería ocultar su sonrisa de satisfacción cada vez que me veía realizar mi rutina, pero le costaba horrores. Estaba muy complacida conmigo, por lo que se decidió a proponerme algo. Me mostró un afiche de un concurso de ballet y me anunció que me había inscripto junto con su hija y que depositaba su plena confianza en mí. El primer premio era una pasantía en una reconocida escuela de ballet de Londres; era mi gran oportunidad para no continuar en aquel mugroso pueblo siendo un minero del montón! El único inconveniente que teníamos era que el concurso se realizaba en Manchester. Necesitábamos dinero para la inscripción y para los pasajes y por último pero lo más complicado de conseguir, el permiso de mi padre, ya que el único que podía firmar en la inscripción era el responsable de mi persona.
Lo primero que realizamos fue encarar a mi padre y decirle la verdad, demostrarle que el ballet era lo que realmente me identificaba, lo mas importante que tenia y lo único que me llevaría a ser alguien en la vida. Quería que el aceptara lo que era yo, que me aceptara tal cual soy. Al principio tenia miedo de enfrentarlo, tenía miedo de que me golpeara como muchas veces hizo, que pensara que era menos hombre que el y mi hermano tan solo por disfrutar del baile, magnifico baile que llenaba mi alma de la manera en la que mi familia nunca pudo llenar. Por suerte, Marie y su madre se ofrecieron para apoyarme en el momento de contar la verdad. Cuando me vio con ellas, volvió a tener esa mirada de decepción, aunque esta vez no poseía esa furia que tanto me aterraba. Comenzó Marie explicando mi situación con el ballet y el concurso pero luego yo tomé valor y le pude decir lo que realmente sentía, lo que realmente le quería comunicar. No pude retener las lágrimas mientras daba mi discurso, y creo que eso fue lo que ablandó el corazón acorazado de mi padre que me proporcionó un abrazo, cálido y reconfortable, un abrazo como el que nunca me había dado en su vida.
Tras haberme sacado ese gran peso de encima, mi única preocupación a partir de entonces fue lograr lo mejor de mí. Quería ganar y debía hacerlo, estaba decidido a realizarlo por mi padre. Esa semana estuve yendo varias horas a la casa de Marie a practicar sin parar, sentía como los pies me sangraban al dar esos pasos en puntapié pero no me podía rendir, era una oportunidad única en la vida. Con el tema del dinero, mi padre hizo algo realmente valeroso que me confirmó aún más que debía ganar en su honor; vendió las joyas que pertenecían a mamá.
La fecha se acercaba día a día, y mis ansias aumentaban con el correr de los días. Tenía un pequeño calendario en el que iba tachando las fechas que parecían interminables. Cuando al fin llegó el momento de partir, no podía creer que se hubiera pasado tan rápido, era una paradoja.
Indescriptible fu la sensación de subirme al tren que me llevó hasta Manchester. Casi no pestañeé en el transcurso del recorrido, mirando atentamente todo y tratando de conservar los recuerdos en mi memoria. El lugar del concurso quedaba a pocas cuadras de la estación, por lo cual no fue difícil ubicarme en aquella ciudad desconocida para mí. Al llegar al sitio estaba repleto de niñas con sus madres, las cuales me miraron de manera extraña. No logré comprender por qué la mente humana tiene tantos prejuicios, es algo que nunca podré entender tampoco. Sin embargo no le di importancia, yo estaba ahí por mi, por mi padre y mi madre, le debía todo a ellos, no era importante lo que podrían decirme ni me afectaría tampoco. Dejé la mente fría, quería recordar los pasos debidamente, no tenía ningún margen de error. La espera fue dura, vi a las otras concursantes, muchas de las cuales era muy talentosas, tanto que me hicieron dudar si yo era suficiente competencia para ellas. No podría soportar una derrota, ese era mi peor defecto, el miedo a perder algo o alguien realmente importante me aterraba. Ya lo había vivido y la impotencia que se siente es indescriptible. El saber que no hay nada que hacer luego de afrontar una pérdida, que lo perdido, perdido está es la sensación más ardua que alguna vez tuve que desafiar.
Finalmente, mi turno fue concedido. Mi mente estaba únicamente allí, controlando mis pies y mis movimientos con absoluta destreza. Mis oídos estaban completamente agudizados para que cada movimiento concordara con la esplendorosa música que había escogido para mi acto triunfal.
Cuando fue la hora de anunciar a los ganadores, repetí para mi mismo mi nombre incontables veces. Quería que eso fuera lo que escuchara. Mi nombre. Eso fue lo que escuché del juez que se encontraba en frente de todos los participantes. Todas las niñas clavaron su mirada en mí, que me desplomé de rodillas en el suelo y sollocé lentamente. Era demasiado irreal, algo bueno al fin me sucedía, tanto esfuerzo había valido la pena. Podría demostrarle que de verdad valía algo a mi padre, podría continuar bailando el resto de mi vida, podía fanfarronear con Marie, hermosa Marie, ya me imaginaba la sonrisa que me proporcionaría cuando regresara. Me sentí tan feliz, radiante de alegría, que no lo podía asimilar. Al fin, por primera vez en mi vida, se me había cumplido un sueño.


Seudonimo : Cat malfoy
Nivel C
Categoría: De la imagen a la palabra

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