viernes, 17 de octubre de 2008

Ormender

-Ormender.
Cuando era joven era un hombre en gran parte egoísta. No creía en el destino y me gustaba desafiarlo. Pertenecía a una clase inferior a la media y superior a los campesinos. Tenía mi campo y una gran mansión en Muksinghanh, aunque no era considerado alguien de importancia.
Mi casa tenía diversas puertas y ventanas. Había columnas en su interior. Hacía tiempo que la había pintado toda de blanco. Tenía un segundo piso que se comunicaba con el primero mediante una amplia escalera situada en el medio del salón de estar.
A pesar de mis creencias, un día decidí ir a consultar a la adivina del reino, Evelynn, para enterarme de lo que me esperaba.
-Te veo en una cabaña alejada del pueblo. Vives con una dama... Son felices. Se aman.- me informó.
-¿Y pretenderás que me crea eso?- pregunté, muy de mal humor.
-Tu futuro es tu futuro. Si no querías escucharlo, no deberías haber venido.- me dijo.
-¡Más te vale, desgraciada, que hagas algo al respecto! O te la verás conmigo. No pienso vivir ni en compañía, ni lejos de mi realidad. ¡Y tú harás que eso no suceda!- la amenacé
-¡Una amenaza no te servirá! No esperes que intente algo sin sentido. Lo aprenderás como sea necesario. No podrás librarte de la maldición que caerá sobre ti.- me gritó - ¡Crees no soportar vivir con personas a tu lado! Pues, pronto entenderás la diferencia entre la vida y un castigo. El fin de la maldición dependerá de tu comunicación con otras personas que, por cierto, no formen parte de una ilusión. Verás que haberlas esquivado no te ha servido de nada, ya que no tendrás ningún amigo que acuda en tu ayuda. ¡Ya lo verás con tus propios ojos!

Hice caso omiso a su advertencia y emprendí ni regreso.
Cuando llegué a mi casa, descubrí que ya no era la misma de siempre. Había escaleras que tenían su comienzo y final en lugares insólitos de la casa. El primer piso se encontraba ahora comunicado con el techo y, a la vez, otras escaleras conectaban en forma diagonal una pared con otra. Había 14 hombres sin rostro, iguales entre sí, que recorrían la casa ignorando mi presencia; pero al fin y al cabo, invadían mi hogar y no mostraban intención de irse. Fue entonces que me di cuenta de que esa maldición de la que había hablado Evelynn había comenzado. Viviría atormentado toda mi vida por aquello que caía sobre mí, puesto que no pensaba ser más amigable, y muchísimo menos casarme o vivir a solas con una mujer. No. Eso nunca ocurriría.
Traté de romperla intentando huir de la casa, pero los hombres me lo impedían. También empujándolos afuera de la casa, pero cuando me daba vuelta su número no había cambiado. Traté de matarlos, pero parecía no haber nada que los destruyera.
Semanas después, cerca de la medianoche, una mujer me tomó del brazo me ayudó a escapar por la ventana. Mágicamente, lo hombres no se dieron cuenta.
Me dediqué a contemplarla un rato. La muchacha era delgada y alta. Sus ojos se asemejaban al color del cielo y tenía unos pequeños labios rosados. Su pelo era castaño claro. Lo llevaba suelto, por lo que podía decirse que era tan largo que casi alcanzaba su cintura.
-Soy la princesa Anya- me aclaró.
No podía responder. Todo había sucedido muy rápido. De pronto me encontraba corriendo en compañía de una hermosa joven, una princesa.
-Vengo del pueblo- continuó -. Allí me enteré de lo que te sucedía. Tuve que comprobarlo. Y me alegra haber podido ayudar... Si eso es lo que hice- dudó
-Oh... ¡Sí! ¡De veras, muchísimas gracias!- le afirmé.
No cesamos de andar hasta haber atravesado el bosque y llegado a la cima de una alta montaña. No queríamos regresar, ya que la maldición volvería a atraparnos, y ésta vez también a Anya, por haberse entrometido.
Construimos allí una cabaña y vivimos allí por un tiempo, durante el cual fuimos conociéndonos y acercándonos el uno al otro. Me había enamorada de ella.
Me di cuenta de que la maldición se había roto, puesto que me encontraba en una cabaña enamorado de una hermosa dama, como lo había predicho la adivina. “Tenía razón, uno no puede escapar a su destino” admití silencioso.

Una tarde, me vi tan enamorado de ella que, sin saber de dónde había sacado el coraje, le propuse matrimonio. Anya estaba tan emocionada que le costó formular un “sí” de entre sus bellos labios.
-Debo contárselo a mi padre- me dijo - ya no puedo mantenerlo al margen de esto, puede estar preocupado. Hace tiempo que estoy lejos de casa, pero estoy segura de que lo entenderá.
-Estoy de acuerdo contigo- le respondí. Sabía que en algún momento iba a suceder, y no tenía sentido dar excusas. “Seríamos felices oficialmente” pensé.
Así fue como fuimos al palacio y pedimos hablar con el Rey. Nos recibieron muy cálidamente. El padre de la princesa escuchó lo sucedido atentamente y la nueva noticia que ambos teníamos para comunicarle. Tal como ella había dicho, su padre aceptó feliz que su hija también lo fuera.
-Si es verdaderamente lo que tú deseas, hija, ¡que así sea! Estoy muy orgulloso de ti. ¡Y felicitaciones a ambos! Mañana celebraremos la boda, no hay tiempo que perder- recuerdo que dijo.

Se dio una gran fiesta. Anya estaba más hermosa que nunca. Levaba un largo vestido con capas de seda blanca y el pelo recogido en una especie de rodete decorado con flores. Había acudido todo Muksinghanh y recibimos abundantes regalos y felicitaciones de parte de todos.
-Déjenme escoltarlos hasta su cabaña- pidió el Rey y, ahora, mi suegro.
-Como usted desee- acepté -. Le debo más que un viaje por haberme cedido la mano de su hija.
-Estaré feliz siempre que ella lo sea. Y de ahora en más usted también forma parte de mi felicidad.
-Espero no defraudarlo entonces. – acabé.
Mi esposa y yo nos despedimos de aquel gran hombre, prometiendo visitarlo. Luego disfrutamos de nuestra unión.
Y vivimos felices por siempre...



Seudónimo:Bellatrix Samara Bleiss
Nivel A
Categoría:De la Imagen a La Palabra
Obra pictórica:Relatividad

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