martes, 28 de octubre de 2008

“La casa del desasosiego”

“Otra vez, dando la nota…”, hubiera dicho el recordado Abuelo Horacio, pero no era él quien estaba en ese momento, por ello, la frase, con el mismo significado, había sido distinta: vulgar, llena de odio, repudio y asco. Esta vez, no había sido mi intención no haber cuidado al bebé mientras mamá y “El Grandote” no estaban. Simplemente me había distraído un rato. Igualmente, me hubiese excusado como me hubiese excusado, incluso con algo infalible, hubiese ligado esa buena paliza y el sinnúmero de insultos que iban de la primera a la última letra de abecedario, eso no cabía duda.

Me había encerrado inmediatamente en mi pequeña y lúgubre habitación, apenas decorada con un póster de Ferrocarril Oeste, que reposaba sobre una pared asquerosamente húmeda con pintura descascarada. Jamás había sentido tanto rencor, malestar, tristeza, abatimiento y dolor mezclados con otra serie de sentimientos que no podía definir. Las lágrimas recorrieron mi rostro lentamente como si fuesen cuchillas que se desplazaban causando graves heridas. Miré a través de los sucios vidrios de la pequeña ventana: el sol acababa de ocultarse detrás de los distantes árboles del bosque. “La noche es joven”, una vez en ese mismo bosque me había dicho el abuelo cuando habíamos ido a acampar, hacía ya cinco años. Una de las mejores noches, sin lugar a dudas. Pero, esa noche, al contrario, iba a ser insoportable, es más ya no podía soportarlo, no podía aguantar un solo segundo más de esta nueva vida, que le tocaba. Parecían tan lejanos los años en los que la familia estaba unida y pasaba con el “nono” todas las tardes jugando a la generala, pescando en el arroyo o simplemente escuchando una de sus insólitas historias. Hasta parecía remoto aquel día en que el mundo se desmoronó, en que todo terminó, en que la primera etapa de mi vida se había desvanecido.

Tras el fallecimiento de mi abuelo todo había cambiado, cambio que me llevó inclusive a odiar a mi propia madre, que desde ese momento parecía que le importara más conseguir una nueva pareja que el bienestar mío. Peor aún, había sido cuando logró su tan ansiado objetivo, terminando de confirmar que ese nuevo período de mi vida sería nefasto y así apareciendo “El Grandote”. Junto con esta nueva pareja de mi madre, habían aparecido los golpes, las injurias, el sufrimiento, el dolor…

Ya tenía suficiente, no podía más, el simple hecho de pensar que en un rato regresaría ese tipo (“El Grandote”) y que cuando supiera lo ocurrido, también me propinaría una golpiza, me había puesto la piel de gallina. Era insoportable, intolerable vivir desde hacía más de tres años con seres tan desastrosos, terribles, ogros, que no hacen nada más que gritar, rugir, poner nerviosa a la gente. Ambos, tanto quien se hace llamar mi madre como mi “padrastro”, se creían que eran superiores a todos, no se daban cuenta de que vivíamos por poco en una choza, pero igualmente aunque los recursos no alcanzaban ni para satisfacer a uno solo, habían tenido dos hijos y hasta hacía poco, planeaban tener otro…

El tiempo había pasado tan rápido que parecían las nueve de la noche.Se me encogió el estomago, me parecía oír a la distancia una voz silbante y anciana diciendo “Arriba los jóvenes, que la comida está al plato”. Y ahí me di cuenta: ya no había nada importante, lo único era la familia, ¿Amigos? Nunca tuve y eso se debe a las locuras de mi madre, que no quería ni que vaya a la escuela ni que me relacionara con los pibes del barrio, simplemente, porque creía que eran todos mal vivientes, ladrones, cuando en realidad vivían mejor que nosotros por sobre la falta de dinero. ¿Qué le pasaba por la cabeza cuando me negaba dichas relaciones sociales? Cuanto daba en ese momento por saberlo. ¿Podría existir alguien más antisocial? ¿Qué hubiese pasado si la situación hubiese sido otra? ¿Qué hubiese ocurrido si el abuelo Horacio no hubiese muerto? ¿Por qué? Las preguntas iban apareciendo con una fluidez inigualable. Mientras seguían surgiendo en mi cabeza, me percaté, de que finalmente aquella segunda voz que en debates internos, como este, solía aparecer en mi mente defendiendo a mi “familia”, había desaparecido. ¿Por qué? ¿A qué se debía semejante cambio en la mentalidad de mi madre? ¿Dónde había quedado su amor, su afecto hacia mí, que en muchas ocasiones, cuando era pequeño, había demostrado? ¿Se habría esfumado, como mi abuelo? ¿Habría desaparecido, como él había desaparecido de mi vida, de la de todos? De pronto, mi mente quedó en silencio: había llegado “El Grandote”.

Desde el comedor se escuchaban sus gruñidos. Pero, no estaba nervioso, porque no solo había desaparecido aquella voz ya mencionada, sino que algo más había cambiado desde el momento en que había entrado a los portazos en mi pieza hasta ese instante. Por primera vez, decidí actuar para que no me haga nada, tomé el arma que hacía unos días había sacado del cajón de mi “padrastro”: había llegado (por fin) el momento. De esta forma, tal como había desaparecido aquella voz, todo lo que había vivido hasta dicho día también lo hizo, con un simple jalar de un gatillo.

Seudónimo: Alfredo Pollé.
Nivel “C”
Categoría: Tema Libre

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